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La ruptura de los hombres pequeños.

fuego quemando selva

La calle parecía romperse al llegar a la esquina donde se agolpaban un montón de pobres que esperaban su manduca junto un viejo edificio donde ondeaba el puto trapo   de la bandera de España flotando muerta con una brisa suave del mediterráneo.
Dos centinelas vestidos de verde expresaban sus sentimientos fascistas con sus rostros repletos de asco hacia los pobres cuyos ojos enrojecidos y sus posturas desgraciadas de rodillas apiñados en las sucias escaleras daban tanta pena cómo cuando se mira a los animales perdidos. Berreaban cómo cacatúas por su derecho a comer. la gente que pasaba sentía indiferencia, o risa. Otros opinaban que habría que matar a todos esos pobres que no servían para absolutamente nada.

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Bordeando ese edificio de la caridad se encontraban una puta dando placer a dos gordos en un descampado de un solar con los que dí  al escuchar lo que me parecía unos lamentos, y meterme.
El acto sexual humano es algo violento, horroroso, y los protagonistas que lo acometen unos pésimos actores a los que es mejor no ver. Pero los chillidos de la puta y las carcajadas de los gordos me causaron una profunda vergüenza que me paralizó. me quede allí mudo observando  algo que para ellos parecía un alegre danza de la vida. La gente del lugar debía saber que esa  era zona de putas, por eso pasaban de largo haciéndose el loco dejando que la vida siguiera fluyendo bajo un cielo que como un velo envolvía de misterio el mundo.
Yo había remontado la carretera nacional 340 desde vall d”uixó y había acabado en valencia sin saber que coño hacia en ese lugar. Me había dado lo que yo llamaba con mi autoconocimiento: Un puntazo.

Muchas veces me daban esos puntazos, y joder, en ocasiones , Oh hermanos, acaban de lo más mal que uno pueden imaginarse.

empujaba del manillar la bicicleta para ver la gran ciudad.

ruptura de los hombres pequeños

ruptura de los hombres pequeños

Lo que me sorprendía de ver era la gente tan vacía que observaba.
¿ Quienes eran esas personas tan vacías?
¿Qué clase de tribu eran?
Me daban ganas de revelarme, parecía soñar sobre un mundo de jaulas y hormigón.
Me sentía muy solo y perdido entre pitidos de coches, gente absurda que pasaban vestidos de góticos, de punkis, con traje y corbata.

Había algo de mentira en todos ellos que me horrorizaba.
Daban la sensación de ser indiferentes a cuanto les rodeaba.
Vi pasar a una persona muy sucia, con una mochila sobre su espalda que hablaba sola.
Al contemplarla me dijo:
Te mataré, te mataré si me sigues mirando hijo puta.
y me quiso morder.

Mientras me mordía una pierna la gente se apartaba para no tropezar con nosotros y seguía peregrinando entre los edificios cuyas contornos grisáceos y opresivos no permitían la visión del horizonte, formando sus estructuras muros de sombras donde estaba seguro de que tras estas estructuras  se ocultaba algún hijo puta dispuesto a venderme algo o contarme una mentira.
Cuando me  libre de este pirado seguí caminado entre gritos, estallidos de sirenas de la policía que te paralizaban unos breves instante mirando a todos lados para ver que pasaba.
LLegue así hasta el centro de valencia.
Estaba muy cansado y me senté en un parque muy elegante.
Note una sensación que tiraba de mi. Una gran fuerza flotaba en ese lugar. Me gire y vi el ayuntamiento.
Cerré  los ojos y cuando los abrí una luz cegadora de flashes me golpeo los ojos. Contemple con horror a unos japoneses haciendo fotos al edificio del ayuntamiento. iban todos juntos, cómo si fueran animales, formaba una sombra espesa de color amarillo. Eran guiados de forma muy severa por un guía turístico. Parecían no tener opinión ninguna los turistas, y a todo lo que les contaba el guía los cabrones amarillos decían que si. Era horroroso verlos, daba ganas de exterminarlos. Yo me había acercado para escuchar la explicación del guía. Un hombre de mí raza, semejante a un poeta, les contaba lo que estaba pasando en el ayuntamiento esos días, y lo hacía con una clarividencia que le dio sentido a mi viaje.
Las carta del reparto.
Las cartas del reparto.
Están barajando las cartas del reparto tras las elecciones.

Los hombres pequeños,
se reparten el poder.
Son hombres huecos que lanzan cartas.
Ese es su juego.
tiene un gran talento para el juego
Les encanta hacer tratos, cambios.
y sobre todo,

las trampas.
No hay quien se crea la partida,
que se llevan entre manos.
Dan mucho asco, y risa
a mitad del juego si no les gustan las cartas,
empiezan a pegarse.
Observe cómo el guía me observaba sin saber que hacia yo entre el grupo de japoneses, y a modo de saludo, presintiendo que era el único que le comprendía mientras se preparaba para dirigirlos a la plaza de toros que se veía a lo lejos añadió para mí:
Son unos cabronazos los hombres pequeños.
Los pequeños japoneses se fueron, y yo me quede allí contemplando cómo se alejaba entre las sombra de los edificios ese hombre sabio, guerrero, poético.
El balcón del ayuntamiento estaba sobre mi cabeza.
En mi cabeza resonaban cómo hélices de helicópteros las palabras de ese hombre prodigioso que ensancho mi mente.
Varios niños gitanos rumanos medio desnudos, gritando  o cantando, no lo sabía diferenciar muy bien, pasaron delante de mi.
Podía contarles las costillas de lo delgados que estaban.
Angelillo de Uixó.

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